La otra universidad en pie de lucha. 150 años. Alzando la voz por Marcelo, y la opción desde abajo para la justicia

Miguel Ángel Herrera Zgaib

Profesor asociado, Ciencia Política, Universidad Nacional de Colombia. Exrector de la U. Libre. Catedrático de la Maestría en Estudios Políticos, U. Javeriana. Director del XIII Seminario Internacional A. Gramsci, noviembre 13-16, 2017.

Esta semana tiene de nuevo, en jaque, a la administración de justicia colombiana. Bajo la batuta de Humberto Martínez, que estuvo, en persona, sirviendo a los intereses del grupo Sarmiento Angulo, y en particular, de su holding con la afiliada Corficolombiana.

Ahora, este "prestigioso" abogado, porque representa a las transnacionales, antes en persona, y por estas calendas, a través de su bufete familiar, es también el Fiscal de la nación, a través de sus subalternos. Obra tal y como acostumbran a hacerlo en Colombia, sin problemas, figuras que se han paseado primero por los puestos públicos. En particular, así lo han practicado en público los magistrados de las altas cortes, a través de la "puerta giratoria", como si nada, haciendo uso de sus "amistades y clientelas".

Unos y otros obtienen, además, sin renunciar jamás, una jugosa pensión asegurada por un régimen especial cuyo cambio bloquean sistemáticamente. Después quieren posar de impolutos Catones, y reparten mandobles y premios, prevalidos de los poderes que les confiamos ingenuamente. Diciendo, mientras tanto, como el pibe Valderrama, en modo selección: ¡Todo bien, todo bien!

Pues, ¡NO!

Aquí está parte de la historia de Marcelo Torres, quien fuera el principal dirigente de la Juventud Patriótica, Jupa, al comienzo de la productiva, combativa década de los años 70, en la Universidad Nacional de Colombia. Quien contribuyó con los aguerridos estudiantes y profesores de esa generación, representantes y voceros de diferentes corrientes de la izquierda radical, a instaurar el breve cogobierno en la universidad pública.

Esta es la única experiencia, en efecto, cercana al gobierno democrático de las universidades que haya conocido el país. Sin embargo, ella duró muy poco en la Universidad Nacional, poquísimos meses. Correspondió al tiempo en que fue ministro de Educación Luis Carlos Galán Sarmiento, años después sacrificado impunemente en el municipio de Soacha, sin que la justicia nacional haya esclarecido quienes fueron los autores intelectuales de este crimen, como tampoco el de Jorge Eliécer Gaitán.

El entonces cachorro político de Carlos Lleras Restrepo, cultor local de la Nueva Frontera, esto es de la presencia imperialista en el sistema de la educación pública nacional, como el presidente, mensajero de los dioses del capital, fueron sacados de los predios universitarios, a empellones el primero, cuando visitaba el alma mater, y quemándole el carro al otro, cuando asistía al Consejo Superior Universitario, y la Ciudad Blanca estaba en paro beligerante contra el gobierno de Misael Pastrana Borrero, y la penetración imperialista en la educación superior de Colombia.

Tales eran acciones indignadas y violentas, por supuesto. Incomparables, en todo caso, con la violencia asesina que arrasaba los campos y ciudades, desde el asesinato de Gaitán, la tronchada promesa popular. Vivíamos como hasta hace poco una larvada guerra social interna, y el estado de excepción permanente. Adelantada la alianza dominante en lo que, por estos días, Giorgio Agamben denominó el “estado de excepción permanente” en el volumen II, de su serie Homo sacer (hombre desnudo).

La contrarreforma Atcon y su curandero

Pero, eso sí, después de aquella resistencia heroica, en procura de otra hegemonía cultural, quedó entronizado el sistema estadounidense, mediante la modalidad de los rectores policías, solo comparables a los regímenes dictatoriales del cono sur.

La historia comenzó con la "reforma" de José Félix Patiño, el médico curandero, con el plausible pretexto de modernizar la educación superior. Era parte orgánica del proyecto educativo del Frente Nacional, una verdadera revolución pasiva, en la acepción de Antonio Gramsci, es decir, que todo cambie para que siga igual, como lo decía Tomasso de Lampedusa en su celebrada novela, El Gatopardo.

Claro, todo marchaba sobre ruedas, bajo los dictados imperiales del Plan diseñado por el especialista Rudolph Atcon; y contaba con los bondadosos "auxilios" de las fundaciones norteamericanas, Ford, Kelloggs, Usaid, y el poder pastoral laico diseminado por los Cuerpos de Paz, entre las caridades y cruzadas más conocidas y publicitadas en ciudades, pueblos y veredas de la aterida y vejada nación colombiana que apenas salía de la gran violencia del medio siglo.

Aquel paquete de “reformas” era contrario a la verdadera autonomía universitaria, esto es, al gobierno, de estudiantes, profesores y autoridades universitarias. Quedaba el promisorio Grito de Córdoba de 1918 reducido a polvo. A cambio, un placebo, la vergonzante administración de los tecnócratas, así como la modernidad con todo y revolución negada, fue convertida en el canto de cisne de una modernización, por demás incompleta, y suministrada a cuenta gotas.

Jóvenes como Marcelo Torres, y fueron miles, había él nacido en Magangué, en un hogar humilde, con una madre aguerrida. Era un provinciano lleno de ganas y aspiraciones. Era un brillante estudiante, activista político, probó su rebeldía. Fue la versión zurda de "ser pilo paga". Primero, en las aulas del Externado en Bogotá, y después en la Nacional de la “revolución de los sectores medios”.

Entusiasmado con la obra de Jean Paul Sartre, el existencialista quien de ahí transitó al humanismo marxista. Él se había tomado, con la generación de Temps Modernes, las calles en el memorable e insurrecto 68. Y aquellas multitudes estuvieron a punto de tumbar al legendario general De Gaulle, autoritario, conservador en lo moral, y nacionalista hasta las cachas, guardián celoso del engendro de la V República. Pero los tradicionales comunistas y socialistas les dijeron no, ante el pasmo de todos, congelados por los espectros de la llamada “guerra fría”.

Aprendiendo de la revolución cultural y la liberación tricontinental

En diálogo iluminado, visionario, con el legendario profesor, Pepe Torres, Marcelo Torres estuvo imbuido de la onda de la nueva sociología, cuando empezó a estudiar derecho en el Externado apropiado por la familia Hinestrosa. Apoyada su rebeldía por la vena crítica de la escuela de Frankfurt, y sensibilizado por la literatura de vanguardia, con Sartre como intelectual exponente del humanismo marxista, donde Gabo nos colocaba en la cúspide del boom; a través de lo que entonces llamaron realismo mágico, pero, que, para nuestro caso, en últimas, era la bella y dolorosa denuncia de la historia colombiana marcada por Cien años de soledad.

Ella tocaba, en pleno, la sensibilidad de Marcelo, vecino de las vivencias del cataqueño universal. De ese tiempo quedaron huellas de sus escarceos literarios y poéticos, pero, sobre todo, los primeros panfletos políticos, en las revistas y periódicos de combate y denuncia. Con esas armas intelectuales y retóricas fue a parar a Sociología de la Universidad Nacional, en 1969/70, probablemente. Convertido en cuadro destacado del maoísmo criollo, que no se dispuso a la lucha armada, cuando el Moec, después de la muerte/asesinato de Antonio Larrota, se dividió, en dos rumbos principales, para darle curso efectivo, así lo creyeron, unos y otros, a la revolución colombiana que vislumbraban en el horizonte.

Aupados por los triunfos de Cuba, a 90 millas del imperio, y animados por las apoteósicas peroratas de Fidel desde la Plaza de la Revolución en La Habana; y por la revolución cultural, que en China se sacudía de la perniciosa influencia soviética, después del fracaso del gran salto hacia adelante, para lograr, ahora sí la industrialización de un país "semifeudal" a la fuerza. Y fracasar de nuevo en el intento, que abrió después las puertas al defenestrado Deng Tsiao Ping.

Chiang Ching, la más joven esposa de Mao Tse Tung, y la banda de los cuatro, se convirtieron en los predicadores a ultranza, de los dictados del gran timonel, quien lucía su célebre chaqueta arrellenado, ocupando la silla talar desde Beijing. Era el vocero principal del movimiento de los No Alineados, denunciando a los imperialistas de toda laya señalados como “tigres de papel” agitando en su mano el libro rojo.

Junto a la figura del guerrillero heroico, el Che, expulsado de la OEA, abanderado de la Tricontinental, dispuesto a apoyar todas las revoluciones en el mundo, como el pulgarcito trotamundos. Constructor en acto del hombre nuevo, médico, profeta armado, dispuesto a crear nuevos Vietnams, como se coreaba en las capitales de casi todas las ciudades de América Latina, y Bogotá, entonces, tampoco era la excepción.

Después que los campesinos de Marquetalia, y las "repúblicas independientes" rompieron el cerco que con bombas, y miles de jóvenes soldados les tendió la alianza del ejército de invasión, y los veteranos de Corea, con Matallana y Valencia Tovar, los coroneles, al frente del tristemente célebre Plan Lasso.

Peinaron y bombardearon los Andes en busca de los campesinos en rebeldía que en el Congreso señalaba con su dedo acusador el vástago de Laureano, Álvaro Gómez autor del libro La revolución en América; sacrificado después a las puertas de su universidad, la Sergio Arboleda.

La revolución era posible y deseada, 1971-2011

Marcelo, siendo estudiante de sociología, insignia académica de la otra universidad, en donde habían enseñado Fals Borda, Camilo, Umaña Luna, María Cristina, Houtart, y una pléyade de brillantes académicos, fue animador en primera línea de la protesta que resultó de la indignación nacional, por los asesinatos perpetrados contra estudiantes en Popayán y Cali. Era febrero de 1971.

Todos los grupos de entonces se peleaban tribuna para arengar a la multitud juvenil, que experimentó la más extensa cátedra política de la historia universitaria nacional, que se tradujo por fin, en el emblemático Programa Mínimo, que en 2011, volvió a rescatarse y potenciarse después de un olvido de cuarenta años.

Aquella vez se paró durante un año, y se conquistó el cogobierno, que se ejerció en la Nacho, en la U. de Antioquia, en Nariño, donde aún sobrevive, y en otras universidades de provincia.

Una nueva ola revolucionaria agitaba el mundo, que empezó en Berkeley, en resistencia contra la guerra en Vietnam. En ella confluían con sus causas múltiples estudiantes, jóvenes obreros, mujeres, migrantes, Lgtb, pacifistas, tercemundistas,you name it.

Los tiempos estaban cambiando, así lo cantaba, el hoy premio nobel de literatura, Bob Dylan; y cruzaba el Atlántico, con singular ímpetu, a golpes de guitarra y un fraseo gangoso, a ritmo de piedra rodante protestaba contra la guerra, y el confort de la sociedad opulenta.

Desde Chile se levantaba la poderosa voz de la folclorista Violeta Parra, y sus hermanos. En Colombia, la rebeldía y el desplante eran lo propio de los Nadaistas, con su profeta, Gonzalo, y su cantor revolucionario, Pablus Gallinazo, mascando flores y cantando a la mula revolucionaria que portaba al Ramón, por el agreste Andes boliviano.

Desafiando el estado de sitio y probando cárcel

Enardecidos, Marcelo junto con otros líderes de la protesta en illo tempore, por la represión ejercida durante el estado de sitio, que impedía a las fuerzas de la izquierda y democráticas hacer política normalmente, probaron también la cárcel. Porque participaron de batallas campales, recorriendo desde la calle 26 hasta la plaza de Bolívar, contra viento y marea. Al mismo tiempo que se ocupaban los edificios universitarios, para hacer visible la protesta antiimperialista, y ampliar el Coro de 1918.

El resto de la sociedad aterida, por la legislación excepcional, observaba expectante, y ofrecía solidaridades cada vez que podía. Esta partía, de las familias, de los campesinos que reclamaban reforma agraria en los campos, y del sindicalismo independiente, que hacía huelgas en defensa del salario, el derecho de asociación, y la defensa de los recursos naturales.

Enfrentaba la comunidad universitaria a la represión que arremetía de a pie, con la fuerza disponible, y la policía montada en las grandes ciudades, que crecieron después del desplazamiento producto del despojo agrario, que acompañó a la gran violencia.

A veces, el enfrentamiento fue con el ejército, que con fusil en mano, y avanzando en "V", disolvía a los manifestantes, convirtiendo a la carrera 10, en un verdadero campo de batalla nocturno. Ya no era fácil distinguir a la ciudad y el campo, a lo largo de toda la década de los 70.

La izquierda va a elecciones en el desmonte del FN

Desprendido del Moec, el Moir de Pacho Mosquera, con sindicalistas, algunos campesinos e intelectuales, quienes eran fuertes en la regional de Antioquia. Era la nueva fuerza política que proclamando la Nueva Democracia, en el bloque de la izquierda nacional se desprendía, para hacer política revolucionaria sin armas.

Tal tránsito comenzó con el triunfo de la Anapo, en abril de 1970, que marcó el comienzo del fin de una dominación con el uso discrecional de la excepcionalidad, administrada por el bloque dominante, toda vez que perdió la legitimidad, luego del hundimiento farsesco del MRL, cuyo líder, al comienzo, invitaba a los jóvenes a subir al tren de la revolución.

Sin embargo, para los años 70, hasta el tren, en la realidad, había desaparecido para dar cabida a la voracidad de la empresa transportadora privada, y el culto descarado al cemento, en lugar de las ferrovías.

Estaban dispuestos a participar en elecciones, al concluir 16 años del Frente Nacional, que marcaron a la generación del "estado de sitio". La que Gustavo Gallón, un abogado y analista de corte socialista calificó como "la República de las armas".

La organización juvenil del Moir, con Marcelo a la cabeza hizo ese anuncio en los predios de la U. Nacional. Lo cual, ocurrió, entre el gobierno de Pastrana, apoyando candidaturas progresistas de liberales, anapistas, e incluso conservadores.

Pero, aquella vez, la Jupa fue expulsada a físico palo, con violencia ejercida por la Juco, los "mamertos", y los ML “comecandela”. La emprendieron contra Marcelo y la crema de su dirigencia, señalados y golpeados por revisionistas y traidores a la causa revolucionaria.

El Moir y sus juventudes afrontaron con entereza sus convicciones, se descalzaron y se fueron a construir bases de apoyo popular en barrios y municipios de Colombia. Algunos de ellos fueron asesinados, por milicias que guardaban territorios "liberados" o bajo influencia guerrillera.

Al término del gobierno del "revolucionario" liberal, Alfonso López, crítico de la alternación bipartidista en el poder, el Moir presentó a candidatos propios, junto a otras fuerzas de la izquierda "reformista" y/o "revisionista.

Un largo adiós a las armas

La onda de la lucha armada decaía en el campo, así como su apoyo clandestino que había empezado por el cerco, el asedio cotidiano a la rebeldía abierta en las ciudades. Convocantes habían sido universitarios e intelectuales, antes de que apareciera el capellán de la Universidad Nacional, Camilo Torres Restrepo, como sacerdote, sociólogo y líder carismático.

Interpelando a pobres y abstencionistas, se hizo leyenda, al intentar impulsar una política diferente, corriendo abiertamente todos los riesgos. Contrariando al Frente Nacional, con el Frente Unido como instrumento de masas. Acompañado en el intento por la flor y nata de la juventud colombiana.

Detrás estuvo el expediente de la Violencia documentado por el cura Guzmán, Fals y Umaña, contenido en un libro prohibido. Los intentos limitados de la acción comunal en Tunjuelito, de la que Camilo fue adalid, siendo decano en la Esap. De cara a la promesa incumplida de la reforma agraria, que de palabra prometía su "primo" Lleras Restrepo, hasta autorizar la organización campesina que le dio existencia a la Asociación de Usuarios Campesinos, Anuc; a la par con los escándalos en la compra de tierras y adjudicación de baldíos, que presidió el padre del actual alcalde de Bogotá, denunciado en el Congreso por el guajiro Nacho Vives.

En verdad, el bipartidismo dominante buscaba legitimarse, para ponerle una talanquera a la "perniciosa" influencia de la triunfante revolución cubana, y su heraldo de excepción, Ernesto Che Guevara. Para recuperar a los subalternos emergentes, jóvenes, campesinos pobres y sin tierra, obreros y sectores medios, nacidos de la industrialización a la fuerza hecha durante la acumulación por desposesión, a sangre y fuego, de los de abajo.

Ahora, después del 19 de abril de 1970, empezó a gestarse otro tipo de lucha radical, paralela, y en contravía de la participación electoral, la guerrilla urbana, con diferentes manifestaciones espectaculares.

La más notable entre todas, pero no la única, fue el Movimiento 19 de abril, resultado de la confluencia de muchas disidencias de izquierda y populares de la etapa anterior. Hasta llegar a un momento culminante, con el llamado hecho por diversos frentes guerrilleros tradicionales, y las experiencias urbanas de nuevo tipo.

Todos acudieron a una gran concentración en Bogotá, en el Coliseo Cubierto, ahora en remodelación y rescate, en las inmediaciones del estadio El Campín. Allí, hasta Gilberto Vieira se atrevió a hacer apología de la lucha armada.

El Moir, por el contrario, no transitó ese camino, y siguió haciendo laboriosamente, su política reformista. Varios regresaron de su descalce en barrios y provincias, a reforzar las tareas de prensa, propaganda, y organización obrera y barrial en las ciudades principales.

En estas consiguieron con grandes sacrificios algún arraigo, tanto político como cultural, en los campos del teatro, la literatura, la pintura y la música, así como en los saberes sociales, que hoy por hoy hacen parte de la nueva cultura nacional.

En todos estos esfuerzos estuvo presente Marcelo Torres, pero, paradójicamente, cuando él quiso culminar su carrera y graduarse como sociólogo, su alma mater se lo hizo imposible, hasta el día de hoy. La universidad tradicional, con excompañeros de aquellas lides de los años 70, le impidieron darle paso a la historia interrumpida de la nueva universidad y sus líderes.

A la muerte de Pacho Mosquera

Sobrevinieron las divisiones de la fuerza política dirigida por el camarada Pacho Mosquera, que hizo incursiones en la política legal, a partir de la segunda mitad del siglo XX, primero que todos otros parientes en la izquierda colombiana.

Después de la experiencia de disputa por la hegemonía cultural en la educación superior colombiana, cuyo hito doble fuera, el cogobierno fugaz y el programa mínimo de los estudiantes colombianos, dos que tres corrientes de universitarios, forjados en la Jupa, tomaron rumbos diferenciados.

Por una parte, los desprendidos de la experiencia de la universidad privada, con los Andes a la cabeza, tienen a Jorge Enrique Robledo como su mayor y más notable exponente. Es la expresión de la centroizquierda, con arraigo principal entre el campesinado medio y el empresariado cafetero diseminado por varios departamentos, el estudiantado universitario y de secundaria, con expresión en la OCE, y en las barriadas populares de algunas ciudades.

Marcelo, y la mayoría de los cuadros forjados en la experiencia de las luchas de la Nacho buscaron y lograron expresión en los sindicatos, y especialmente en el sector servicios, y parte del sindicalismo independiente, que sufrió a su manera, la poda del precario estado de bienestar, durante el dominio "neoliberal" de la apertura que empezó con Barco y continuó César Gaviria, y sus discípulos vergonzantes.

Con esa inserción, Marcelo llegó a ser elegido senador, en suplencia de un candidato obrero, el compañero Santos de la USO. En el congreso hicieron agitación antiimperialista, y defensa abierta del derecho de los trabajadores. Hasta quemaron banderas, y fueron percibidos como políticos exóticos, bajo la aplastante égida neoliberal.

Vino la disputa por la marca Moir, y la tendencia marcelista quedó por fuera. El oficialismo, con Valencia, Robledo y otros, la mantuvieron. Pero, en disputa por el legado de Pacho Mosquera, por fuera, Marcelo Torres y los cuadros que lo acompañaron le dieron existencia al PT, con el que transitan hasta estos días.

En alianza, primero, con el progresismo de Gustavo Petro, obtuvieron representación en el Concejo de Bogotá, en cabeza de Yesid García, de limpia ejecutoria, sin dejarse contaminar de la tradicional corruptela. Y luego, siendo parte de la denominada Alianza Verde, Marcelo alcanzó el triunfo en la Alcaldía de Magangué, su tierra natal, empeñado en la lucha contra la corrupción, enquistada y manejada, por La Gata, la empresaria del chance quien parasita por años gran parte de los departamentos del interior de la Costa.

Marcelo y su equipo hizo malabares para poderse sostener sin presupuesto durante más de un año de su alcaldía, porque la olla había sido raspada, y comprometida con las tristemente famosas "vigencias futuras," que son la comidilla de la politiquería tradicional, en todos los lugares, incluidas las grandes capitales.

La alcaldía de Marcelo Torres, mantenida con las uñas, a riesgo de su propia vida, teniendo a semejantes centinelas, trató de poner orden en esa ciudad, a orillas del Magdalena, con más de 200.000 almas, sumidas la gran mayoría en la miseria, y el abandono, por el clan de los López, y la matrona Enilce.

Esa alcaldía, al término de la gestión ejemplar de Marcelo, en la resistencia a todos los asedios, resultó en un dolor de cabeza continuado, para este sociólogo no graduado aún, por la resistencia de sus colegas en la Nacho. Ahora adquiere subidos ribetes judiciales con su arresto y conducción casi inmediata al juzgado de Magangué (Bolívar), luego de su captura por el CTI en Bogotá, el pasado martes.

Dos historias ante la debacle de la justicia colombiana

Marcelo está rodeado de demandas y acusaciones de todo tipo, antes y después de su gestión, como las que se estilan en un país leguleyo, donde la justicia está corrompida desde los tiempos de la Gran Violencia. Esta vez, cuando asistía a una diligencia judicial fue apresado, y conducido eventualmente a la mismísima cárcel de Magangué durante los siguientes días.

Las imputaciones conocidas tienen que ver con irregularidades cometidas en un convenio que firmó al final de su mandato, por $ 1.045 millones, en diciembre de 2015. Era destinado a programas de nutrición para 480 niños de 0 a 5 años, y mujeres gestantes desnutridas, afiliados al Sisbén, niveles 1 y 2. La Fiscalía estableció que “ese convenio se entregó de manera directa a una cooperativa y no se ejecutó el objeto del mismo”.

Hoy, sus copartidarios, los allegados de su familia, quienes lo han conocido en esta trayectoria política disidente, por más de 60 años, están a la espera, que la Fiscalía de la nación, le haga un pare a esta tragicomedia insultante e insoportable. Pero, dicho pare no ocurrió hasta ahora.

Que, por el contrario, el abogado Humberto Martínez, hoy Fiscal de la nación, fije la mirada y la acción, en los grandes desfalcos a la nación, y adelante causa y sanción contra los "cacaos", y en particular contra otro egresado de la Nacional y ese sí con título de ingeniero, dueño del holding del que hace parte Corficolombiana.

Porque aquel exalumno de la Nacional no se dedicó a hacer la revolución democrática, como si lo hizo Marcelo, antes y después de los 70, con poco éxito pero con firme convicción, sino a negociar obras civiles, como contratista de éxito, hasta convertirse en gran banquero, y benefactor de la Nacional, cofinanciando el edificio inteligente, que también se inunda.

La Universidad Pública, por la que tantos han luchado, en los 150 años de refundación, tiene que reclamar libertad y juicio justo para Marcelo Torres, sin ambages ni triquiñuelas, como para todos los presos políticos, incluidos los universitarios que son objeto de causas criminales, sin más dilaciones.

Darle voz a la Otra Universidad

La que exige democracia para disentir, desobedecer, cuestionar a los poderes instituidos, y darle voz y poder a los subalternos. Es la manera de refundar por segunda vez a la que primero se llamó Universidad Central, luego Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia, y hoy, Universidad Nacional a secas.

Es la institución de la nación, que tiene que ser el heraldo de la Paz Democrática, la Universidad de Posguerra, con renovada pasión por la verdad situada, y sembrada en las casas, vidas y porvenir de los grupos y clases subalternas. Para honrar las mejores palabras del discurso de Rafael Correa, expresidente ecuatoriano.

Cuando nos habló del gobierno universitario democrático, financiación adecuada de la educación superior, acceso gratuito a los pregrados, con educación pública buena para todos los grupos y clases; creación de cinco grandes proyectos universitarios para responder a los desafíos del tiempo presente; y disputar la hegemonía cultural y económica del capitalismo global en su terruño, con una propuesta posneoliberal, reformista que, por supuesto, también admite lecturas alternativas y críticas.

Ahora también, acusado por interpuesta persona, de haber sido presa de la corrupción, al finalizar su mandato, como otros mandatarios, protagonistas de la "década de oro" del progresismo en América del Sur. Un tiempo que empezó con el gobierno del comandante Hugo Chávez Frías, quien luego de intentar una insurrección fallida aceptó las reglas del juego democrático hasta su muerte intempestiva.

Recordando las palabras de Correa, en presente, al hablar de la Universidad Latinoamericana, debemos levantar la voz en defensa de la causa y la trayectoria de Marcelo Torres. Ofrecerle solidaridad combativa, y firmeza en los principios, y verdad en la causa que se le sigue. Porque no es un criminal, ni un delincuente en su trayectoria de más de 60 años.

Una reforma democrática de la justicia

Aunque ahora Marcelo aparezca señalado como presunto responsable en una contratación por $1.045 millones, para asistir a la infancia de 0 a 5 años, y tres cargos, como fruto amargo de su paso por la alcaldía en su tierra natal, es necesario precaver cualquier abuso en la administración de justicia, tan censurada por estos días. Luego del esfuerzo moralizador suyo y de la Alianza Verde, que ayer hizo oír su voz con la intervención de Claudia López, en cruce de fuegos con el fiscal de Cambio Radical, el inefable Humberto Martínez, conviene estar más que atentos a lo que se disponga en la audiencia de imputación de cargos este viernes.

Está claro que la reforma a la justicia es urgente, y tiene que combatir la impunidad, que no puede reemplazarla ningún discurso vacío contra la anticorrupción. Tiene que empezar por el seguimiento de estas causas con el cuidado y la atención que merecen, en primer lugar, con la veeduría efectiva y eficaz de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia, de la cual, aún Marcelo Torres no ha podido ser un egresado.

Esperamos que salvado este escollo, probada su inocencia se gradúe. Para reconocer, lo que ha aportado en la construcción de la nueva universidad colombiana que reclama una verdadera democracia que exige una reforma intelectual y moral radical, que pare la vena rota de la impunidad. En cabeza de un frente común, contrario a cualquier guerra disfrazada de paz para los poderosos de la ciudad y el campo.

Estas acciones tienen como protagonistas fundamentales a los grupos y clases subalternas que hasta hoy sufren explotación, opresión y subordinación, y quienes resisten por todos los medios a su alcance, con terca dignidad, desde la Colonia hasta nuestros días.

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