Entrevista a Marcelo Torres Benavides. “El movimiento estudiantil del 71 demostró que el derecho a la educación hay que conquistarlo en las calles”

Edición #75
9 de marzo, 2021

El pasado 26 de febrero se cumplieron 50 años de la masacre ocurrida en 1971 en Cali, como represalia de la Policía y el Ejército del entonces gobierno del presidente Misael Pastrana Borrero, por las protestas lideradas por el movimiento estudiantil colombiano. Marcelo Torres Benavides, figura destacada del movimiento estudiantil de la época en la Universidad Nacional de Colombia, en entrevista con La Palabra, hace un balance de este acontecimiento tan importante, en donde concluyó: este movimiento nos comprobó con hechos que las instituciones educativas no son fortalezas inexpugnables del poder político, económico y social de las clases que dominan a Colombia, y que se pueden transformar. El movimiento del 71 fue una gran subversión de esa vieja superestructura académica y administrativa de despotismo que imperaba en las universidades. La rebelión juvenil fue un gran viento fresco. Es decir, se comprobó que la cultura y la educación se pueden transformar de raíz, sin que sea condición imprescindible que se derrote el viejo poder; y que estas luchas, esta gran conmoción, este gran desorden bajo los cielos de la academia y de la educación, preparan, precisamente, la llegada de nuevas fuerzas al gobierno y al poder del Estado.

Equipo de redacción de La Palabra
 

El pasado 26 de febrero se cumplieron 50 años de la masacre ocurrida en 1971 en Cali, como represalia de la Policía y el Ejército del entonces gobierno del presidente Misael Pastrana Borrero, por las protestas lideradas por el movimiento estudiantil colombiano. Marcelo Torres Benavides, figura destacada del movimiento estudiantil de la época en la Universidad Nacional de Colombia, en entrevista con La Palabra, hace un balance de este acontecimiento tan importante.

Tomado de La Palabra, periódico cultural de la Universidad del Valle

La Palabra (L.P.): Cuéntanos cómo llegas a la Universidad Nacional de Colombia y cómo fue tu proceso de vinculación al movimiento estudiantil colombiano.

Marcelo Torres Benavides (M.T.B.): Fui estudiante de provincia, en una pequeña ciudad llamada Magangué, ubicada en la ribera izquierda del río Magdalena, en la región Caribe. Pude estudiar en la Universidad Nacional porque en esa época había servicio de cafetería y servicio de residencias, cosas que perdieron los estudiantes colombianos en la universidad pública y sin las cuales muchos jóvenes de provincia pobres y de capas medias no acaudaladas, no habríamos podido estudiar en la universidad. Fue una generación de mucha inquietud, de un cambio profundo que se dio en la mentalidad y en la cultura. Fue la época de la salsa, de Ricardo Ray, de Los Beatles, de Joan Manuel Serrat y, en fin, de esas grandes tendencias mundiales e intelectuales que invadieron el ambiente no solamente académico y universitario, sino también el ambiente social e intelectual en general. Era la época del existencialismo sartreano, y por supuesto, del marxismo, que tuvo una gran difusión mundial en los años de la gran influencia de la Revolución cubana, especialmente en toda América Latina, que produjo un nuevo despertar, una revigorización de la conciencia antiimperialista yanqui; los tiempos de la minifalda y de lo que se llamó la liberación sexual, y en fin, de aquellos tiempos cuando sobrevino lo que se llamó, válidamente, la rebelión juvenil global: el Mayo francés del 68, el movimiento estudiantil mexicano que culminó en la matanza de Tlatelolco, la gran agitación que hubo en las universidades norteamericanas y la gran conmoción por la guerra de Vietnam. En Colombia, aquellos fueron los primeros años del surgimiento de movimientos guerrilleros, una vez finalizada la vieja Violencia liberal y conservadora. Ese fue, digamos, el ambiente de los hombres y mujeres de mi generación, ambiente que nos permeó de una visión de mundo con un enfoque socio-político que nos llevó a meternos en los movimientos democráticos de la época, y que, junto a una gran hornada de muchachas y muchachos, nos volcó a las calles, a los espacios públicos y a las plazas en aquella gran explosión social de rebelión juvenil que fue el año de 1971.

L.P.: Háblanos un poco acerca del Programa Mínimo de los estudiantes colombianos, el cual se votó, si no me equivoco, en el Tercer Encuentro Nacional de Palmira, cuya primera versión se realizó en Cali y la segunda en la Universidad Distrital. Cuéntanos en qué consistió, cuál fue su importancia para el movimiento estudiantil y todo el proceso que llevó a su consecución.

M.T.B.: El 71 fue un paso gigantesco de los jóvenes colombianos hacia adelante, hacia la transformación, hacia los grandes cambios que deben ocurrir no solamente en las instituciones educativas sino en Colombia. Los estudiantes repudiaron la presencia de las instituciones gringas en las universidades, cuestionaron la orientación pseudo técnica de la educación en detrimento de la ciencia y, sobre todo, denunciaron el proyecto general para la educación superior que se había impuesto entonces, de origen estadounidense y de naturaleza regresiva. La protesta juvenil se extendió en reclamo por más democracia, no solamente en las universidades sino también en muchos colegios públicos de secundaria. El gobierno de ese entonces, en cabeza del presidente Misael Pastrana Borrero, pretendió aplastar aquella sublevación de la juventud con una brutal represión policial a través de tiroteos contra las muchedumbres inermes. En febrero del presente año se conmemora, precisamente, los 50 años de la matanza del 26 de febrero producida en Cali, en la que hubo muchos muertos por causa de los disparos en las manifestaciones. También se realizaron cierres masivos de las universidades, expulsiones de los líderes estudiantiles, decretos represivos, y se instauró el Estado de sitio, una herramienta de los gobiernos liberales y conservadores del Frente Nacional. Muchos jóvenes fueron encarcelados en todo el país. No fueron pocos los que soportaron penas de arresto de muchos meses dictadas por los alcaldes a quienes el gobierno nacional les dio potestad para detener y condenar sin un juicio previo y de manera sumaria por 180 días, gracias a las facultades policivas que les otorgaron a los rectores. Pero todo fue en vano. La gran revuelta se hirvió potente, se mantuvo y culminó el año 71 con paros, con tumultuosas marchas, con enfrentamientos contra la policía, y desafiando y rompiendo el Estado de sitio. El 71 fue además un año de gran agitación y movilización social de obreros y de campesinos. Hay que recordar que tuvo lugar entonces una gran huelga de los trabajadores de Ecopetrol, bajo la dirección de la Unión Sindical Obrera, durante la cual tropas del Ejército ocuparon la refinería de Barrancabermeja, y una verdadera oleada de ocupaciones campesinas de tierras de latifundistas tuvo lugar prácticamente en todo el país. No cabe duda de que el año 1971 fue un año de sucesos interesantes. Aunque en el país había razones de sobra para el malestar social, tal como mencioné hace un momento, la rebelión juvenil era una ola de carácter mundial, y son varias las conclusiones que a medio siglo de distancia podrían decantarse sobre el movimiento estudiantil del 71.

L.P.: Has delineado muy bien el programa de los estudiantes y su participación en los organismos universitarios. A pesar de que el cogobierno sólo se concretó en la Universidad Nacional y en la Universidad de Antioquia, el Programa Mínimo fue algo muy importante.

M.T.B.: La conclusión más importante del 71 y de aquella gran batalla de la juventud es, a mi juicio, que la educación y la cultura pueden revolucionarse y experimentar un vuelco progresivo de gran avance, sobre la base de que las amplias masas de la comunidad educativa, la cultura y la gente sencilla en general, tomen conciencia de que las cosas marchan mal, tanto en la educación y en la cultura, como en la sociedad en su conjunto; que la situación es injusta, regresiva, discriminatoria, oscurantista, represiva; que vivimos en un país tercermundista, periférico, en el que prevalecen los intereses imperialistas foráneos, y que, por consiguiente, las cosas deben cambiar de la cabeza a los pies, que es posible emprender esa lucha en la educación, en la cultura, alcanzar importantes transformaciones, y que estos cambios y avances son posibles sin que el viejo poder dominante haya sido derrotado y reemplazado por un nuevo orden social nuevo y mejor. El 71 puso de relieve, en toda su trascendencia, la absoluta necesidad de la lucha de masas por el acceso efectivo y real del pueblo a la educación, y en particular, a la educación superior. También reveló la necesidad y la justeza de la lucha por lo que se ha llamado el cogobierno universitario, y se comprobó que se puede lograr esa reivindicación. La primera de estas banderas, el derecho del pueblo a la educación, forma parte de las reivindicaciones de la democracia en general, y por más que esté estampado en la Constitución y en la ley, toca luchar, toca movilizarse para que llegue a realizarse. La educación moderna como derecho exige educación pública y gratuita en todos los niveles, y no se concreta si no hay financiación estatal suficiente que la materialice. El movimiento estudiantil del 71 esgrimió como su bandera en marzo de ese año, como tú lo mencionaste, un programa llamado, justamente, el Programa Mínimo, pues era lo menos, no lo máximo, a lo cual aspiró aquel movimiento. Fue la exigencia general de los estudiantes de las universidades públicas por un presupuesto adecuado con los recursos del Estado suficientes para la educación superior. Esta bandera continúa izada con más fuerza que nunca en nuestros días por el déficit y por la crisis de las finanzas públicas de las universidades, al punto que ha generado de nuevo el volcamiento de multitudes de universitarios hacia las plazas, las calles y los espacios públicos de Colombia. Efectivamente, el cogobierno se conquistó en varias universidades a partir de octubre del 71, como por ejemplo en la Universidad Nacional, la Universidad de Antioquia y la Universidad de Nariño. El movimiento estudiantil y los profesores, muchas veces en coordinación, exigían el derecho de la comunidad educativa a no ser excluida para participar en las decisiones del gobierno de las instituciones educativas de nivel superior. El empuje de la rebeldía rebasó los linderos de las universidades públicas y se manifestó incluso en los estratos sociales más altos, como en la Universidad Javeriana y la Universidad de los Andes, entre otras. En todas las grandes ciudades del país los estudiantes rechazaron el despotismo de los rectores, la composición de los consejos superiores integrados mayoritariamente por altos cargos administrativos, la alta burocracia que se adueñaba de las universidades, los sectores ajenos a la Academia –como por ejemplo los gremios económicos– y los voceros de la Iglesia; mientras que estudiantes y profesores, cuando la tenían, padecían una muy minoritaria representación. Este cogobierno de las universidades dio lugar, hay que señalarlo, a un debate muy enconado en varios sectores de la izquierda, quienes sostuvieron que el cogobierno no era más que una reivindicación reformista y negaron su potencial como herramienta democrática. Afirmaban, a mi juicio de manera dogmática, que la ideología dominante siempre sería la ideología de la clase hegemónica, en tanto esta clase permaneciera en el poder; que los docentes no eran más que agentes reproductores de esa ideología dominante, y que nada podía cambiar en la educación mientras no sobreviniera una genuina revolución. Es decir, era una visión fatalista, rígida y estática que, de haberse seguido al pie de la letra, no habría dado lugar a la gran rebelión juvenil de entonces y habría hecho inútil la lucha democrática. De mi parte te puedo decir que la organización juvenil a la cual pertenecí, en aquel entonces la Juventud Patriótica (un destacamento de jóvenes del PTC conocido públicamente como el Moir), puso de presente que el cogobierno era una herramienta muy útil e indispensable para elevar el nivel científico de la educación superior, y para lograr reivindicaciones democráticas de los estudiantes y profesores. Desafortunadamente, hay que decirlo, estos cogobiernos no alcanzaron a actuar mayor tiempo: la división que se promovió entre el estudiantado, ese debate que no permitió una posición unificada, y las acciones aisladas de grupos de ultraizquierda, dieron al gobierno de Misael Pastrana Borrero el pretexto para derogar el decreto del cogobierno en la Universidad Nacional, así como las medidas que habían dado origen a los nuevos consejos superiores en algunas de las principales universidades públicas. Así pues, el estudiantado colombiano perdió esa importante herramienta de democratización y avance de la educación superior y no hubo tiempo de adelantar una experiencia sobre el mismo en el país.

L.P.: ¿Qué balance haces de la importancia y de las consecuencias que tuvo el movimiento estudiantil colombiano del 71 después de 50 años?

M.T.B.: La primera, que señalé hace un rato, es que este movimiento nos comprobó con hechos que las instituciones educativas no son fortalezas inexpugnables del poder político, económico y social de las clases que dominan a Colombia, y que se pueden transformar. El movimiento del 71 fue una gran subversión de esa vieja superestructura académica y administrativa de despotismo que imperaba en las universidades. La rebelión juvenil fue un gran viento fresco. Es decir, se comprobó que la cultura y la educación se pueden transformar de raíz, sin que sea condición imprescindible que se derrote el viejo poder; y que estas luchas, esta gran conmoción, este gran desorden bajo los cielos de la academia y de la educación, preparan, precisamente, la llegada de nuevas fuerzas al gobierno y al poder del Estado. La experiencia histórica universal nos corrobora que las grandes revoluciones han estado precedidas de movimientos culturales y de auténticas revoluciones en el terreno de la cultura. Así sucedió, por ejemplo, en la Revolución francesa, o para no ir muy lejos, en nuestra propia Independencia nacional, la cual estuvo antecedida por una gran ebullición ideológica, cultural e incluso científica, y que fue precisamente toda aquella conmoción, en el terreno educativo y cultural, lo que preparó el camino para que después hubiese una revolución política, un cambio de poder en la dirección de la Nación que nos constituyó en república. El 71 tiene la singularidad de haber conseguido, por primera vez en la historia del país, organismos democráticos de gobierno; es decir, hubo una ruptura con las viejas formas de gobierno en las instituciones de educación superior, apolilladas y dominadas por las viejas estructuras ideológicas, políticas y sociales, y que fueron sacudidas a fondo por las nuevas fuerzas que irrumpieron en esos consejos. A partir de allí, afortunadamente, los gremios económicos no volvieron a formar parte de los consejos superiores, y se les quitó ese ceño confesional que tenían con la presencia de la Iglesia. A pesar de su brevísimo lapso de actuación, se dieron pasos importantes. Me parece necesario darle la palabra a algunos de los representantes estudiantiles y profesores de aquella época para que nos señalen, de manera más concreta, qué fue lo que trajo aquella experiencia.

Tanto los estudiantes como los profesores que habíamos sido expulsados de las universidades por el despotismo de los rectores, fuimos reintegrados. Desafortunadamente, repito, la división, la falta de difusión y de asimilación entre el grueso del estudiantado de la importancia crucial que tenía esta herramienta de democratización en la universidad, impidieron que se consolidará esta conquista del cogobierno que tanta falta hacía.

El movimiento estudiantil del 71 demostró que el derecho a la educación hay que conquistarlo en las calles; que ese derecho significa que la educación debe ser pública y gratuita; que ese derecho no debe limitarse a la primaria y a la secundaria; que la educación es una reivindicación fundamental de toda la juventud de nuestro país, y que la batalla por los recursos públicos para que se haga efectivo, sigue vigente. Es decir, el 71 permitió que se elevará una reivindicación estratégica no solamente de los estudiantes y de los profesores, sino que constituyó un órgano para que se diera el ambiente propicio para que se desarrollara la ciencia y el conocimiento, que es el ambiente que brinda la democracia y que posibilita la libertad de cátedra y de investigación, la controversia, el método para llegar a la raíz de las cosas. No solamente se puso en movimiento este enfoque, sino también los recursos materiales para que fuera una realidad. Se incorporó desde entonces una gran tradición que sigue vigente hoy, a propósito de las grandes oleadas de jóvenes que vio el país en defensa de los acuerdos de paz que atestaron las plazas públicas y las calles de Colombia. En ese mismo avance se levantó también la bandera de la financiación para contrarrestar el déficit que mantiene en crisis la educación pública y, en particular, a las universidades, y esa es hoy una bandera muy actual que expresa el interés de la comunidad educativa y también el interés de toda la juventud, en tanto protagonistas del presente y del futuro inmediato de este país. Estas son algunas de las cosas que, creo yo, deben destacarse en este intento de sistematizar algunas de las conclusiones principales del movimiento estudiantil del 71, la rebelión de los jóvenes colombianos para conquistar una educación mejor y un país diferente.

L.P.: Por último, háblanos del papel de las mujeres. En el caso, por ejemplo, de la Universidad del Valle y de la Universidad Santiago de Cali, se destaca por su relevancia el surgimiento de una serie de dirigentes en el movimiento que se dio también a nivel nacional. El papel de la mujer al ingresar en la universidad también va a cobrar mucha importancia. Quisiera saber tu opinión de este auge y de esta participación tan definitiva, aguerrida y combativa de muchas mujeres en todo el país. Aquí en la del Valle tenemos varias. Quizás una mujer mítica, que es amiga mía y actualmente vive en París, es Vicky Doneys, “La Vietnamita”, que hizo cosas muy valientes en su época y era buena oradora y estudiosa. Danos tu visión de este aspecto.

M.T.B.: Los hombres de mi generación asistimos a una verdadera irrupción de las mujeres en general y de las jóvenes en particular –especialmente de las mujeres en las universidades y colegios del país– en la lucha social por las reivindicaciones de todo el pueblo, pero en especial por sus derechos. Todos sabemos que esta lucha de las mujeres contra la opresión del patriarcado es milenaria, pero también debemos recordar que se dio en los años 60, la década de la revolución sexual y de la liberación femenina. En el 71 surgieron muchas mujeres jóvenes que se destacaron en el movimiento estudiantil, como por ejemplo Cristina Latorre, o la destacada intelectual Consuelo Ahumada, entre otras. Debo agregar también que varias compañeras y compañeros jalonaron un movimiento teatral renovador que hizo época en la vida cultural y que gozan de gran vigencia por su gran papel, alrededor del Teatro Libre de Bogotá, de la figura de Ricardo Camacho y de otras compañeras, especialmente de la Universidad de los Andes. Las mujeres tuvieron un destacado papel en esta expresión artística y emancipadora de la conciencia de los jóvenes y de la población a partir de las luchas del 71. No solamente tuvieron una incidencia en el teatro, sino en el conjunto de la cultura y de la expresión de la inconformidad en nuestro país.

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