La gesta de “Los Descalzos” está viva

Edición #94

La feria del libro de Bogotá recién terminada fue el escenario del lanzamiento del libro que recoge los testimonios de “Los Descalzos”. Recopilados por Fernando Wills y Leonel Giraldo, a quienes hay que reconocerles la importancia de su trabajo literario plasmado en “Solamente teníamos el día y la noche” que da a conocer con mayor profundidad esta movilización con hondo contenido político emprendido por hombres y mujeres que narran cómo y porqué llegaron al campo con propuestas revolucionarias que fueron acogidas y que siguen vigentes hoy en día.

Por Alberto Herrera

Director de La Bagatela

Fuimos más de 1000 activistas que siguiendo una orientación política nos movilizamos para llegar hasta sitios apartados y agrestes en el campo colombiano, habitados por familias que no habían encontrado lugar adecuado para alcanzar una subsistencia digna y prospera, donde tenían que improvisar y proveer todo lo necesario para su sustento pues la lejanía sumada a la inoperancia del gobierno y de las autoridades hacía todo difícil, era como si no existieran para las estadísticas nacionales. Hasta allá llegamos los descalzos, esa oleada de hombres y mujeres que abandonamos las facilidades de la vida urbana para vivir en carne propia esta realidad, adquirir las enseñanzas y conocimientos necesarios y contribuir a transformarla. Era la tarea de vincular hasta el último habitante a la lucha por convertir a Colombia en una nación prospera y soberana. Casi nada.



Video reseña del evento.

La tarea se cumplió por etapas, se partía con una fuerza en las ciudades, ahora se buscaba construir otra en el campo. Los descalzos eran contingentes de trabajadores que adelantaban luchas por condiciones dignas de trabajo, jóvenes que desde las universidades pugnaban por una educación de avanzada enfocada en el conocimiento de los problemas nacionales, unidos a líderes populares que luchaban contra la exclusión y la segregación, todos con una consigna: “quitarse los zapatos y meterse al barro”.

Había que pasar primero por ciudades intermedias con variadas actividades económicas relacionadas muchas veces con la producción agropecuaria y alta informalidad en el trabajo. Los descalzos se hicieron presentes en poblaciones como Cereté, Lorica, Ciénaga, Barrancabermeja, Magangué, El Banco, La Gloria, La Dorada, Palmira, Yopal, Sogamoso, Pereira, Armenia, Gigante, Quibdó, Valledupar, Sincelejo, Popayán y Pasto entre muchas otras, como paso previo a la entrada al campo. Desde allí y por medio de la actividad social y política surgieron múltiples contactos con habitantes del campo que nos invitaron a los descalzos a sus sitios de trabajo y posteriormente nos acogieron en sus viviendas. De toda forma éramos elementos extraños que, a través de actividades docentes, de salud, deportivas y culturales nos conocieron y aceptaron nuestra presencia. Fue un proceso de adaptación a la vida rural, a su alimentación, sus horarios, sus formas de trasporte, sus actividades sociales que nos permitió ganarnos el corazón de los campesinos, que comprendimos fue la clave para entrar al campo.

Leyenda
Leyenda

Las elecciones presidenciales de 1974 permitieron la creación de un frente de organizaciones políticas de izquierda, la Unión Nacional de oposición, UNO que se enfrentó al bipartidismo liberal conservador. La campaña permitió a los descalzos mostrar una novedosa orientación política que fue bien recibida por los sectores más avanzados del campesinado. Se debatieron temas como la concentración de la propiedad de la tierra, la necesidad de producir alimentos y se impulsó la organización campesina como herramienta imprescindible para adelantar sus luchas.

Así los descalzos entramos en zonas estratégicas de la geografía nacional. Se llegó a la bota caucana, al Magdalena medio, a la serranía del Perijá, a las sabanas de Córdoba y Sucre, a la Mojana, a Arauca, a la serranía de San Lucas y a la zona cafetera. El movimiento acercó individuos de influencia en las regiones, se dieron luchas por la tierra y se eligieron concejales en distintas regiones. La actividad promovida por los descalzos daba sus frutos y si bien la política tradicional predominaba, se abría paso una alternativa nueva para el campo.

Fue en el sur de Bolívar y de Sucre donde más se sintió esta nueva forma de atender las necesidades de la población campesina. Además se adelantaron otras actividades en beneficio de la población. A Magangué llegaron prestigiosos médicos que atendieron con dedicación y conocimiento a quien lo solicitara. Con ellos realizamos brigadas médicas en caseríos y sitios donde nunca estuvo un médico, se capacitó a teguas y curanderos, se llevó suero antiofídico inexistente en la región que salvó muchas vidas. Se realizaron actividades culturales, se conformaron bibliotecas itinerantes, se llevaron conocidos grupos de teatro y se publicó un periódico que informaba hechos más allá de los regionales.

La obra de los descalzos avanzó y se regó por toda la región permitiéndonos llegar a los sitios más alejados donde a diferencia de las partes baja era posible colonizar tierra pero por las distancias, la inexistencia de vías, de escuelas, de puestos de salud y las dificultades del terreno la vida era muy precaria. Allí también fuimos recibidos los descalzos y haciendo un detallado análisis de la región se estableció la necesidad de fomentar la principal actividad económica de cada región y organizar al campesino alrededor de esta meta. Fue cuando se crearon cooperativas campesinas que promovieron la producción, participaron en la comercialización de los productos y montaron tiendas con los productos de primera necesidad a menor costo que el comercio existente. Se conformó una red por toda la región que llegó a tener lanchas que circulaban por las quebradas y los ríos trasportando los productos de los cooperados, mulas que llegaban con víveres a las tiendas y hasta un molino que pilaba de vereda en verada el arroz producido en la región para satisfacer las necesidades alimentarias de la zona.

Fueron años de aprendizaje y de realizaciones, de enfrentar un medio muchas veces adverso y difícil. Fue la estrecha relación con los habitantes del campo, su decidido apoyo lo que permitió realizar nuestra labor y penetrar hasta lo más profundo. Valga la pena señalar que en la región descrita pese a las diferencias económicas y políticas entre sus habitantes, predominaba el respeto al contrario, los casos violentos obedecían a asuntos particulares, se recorrían los caminos con tranquilidad y se cuidaba la vida de todos.

A finales de 1984 y principios del 85 empezaron a llegar elementos extraños a la región, ya no eran los descalzos que después de 12 años habíamos echado raíces. A la sombra de los acuerdos de paz con los insurgentes de la época aparecieron elementos de la Farc armados buscando el apoyo del campesinado con advertencias, que ante cierta indiferencia de la población, se convirtieron en amenazas. El otro grupo guerrillero que tradicionalmente habitó una parte de la serranía, el ELN, que había sido duramente golpeado por operaciones del ejército regular quince años atrás y permanecía reducido y en relativa calma, también se movilizó. Los caminos se tornaron inseguros y la movilidad peligrosa. El afán por mostrar fuerza y conseguir en la negociación más prebendas y objetivos que nunca alcanzaron en su equivocada carrera armada, endureció su presencia en todo el país. Los descalzos se convirtieron en una traba para su tramoya y procedieron a la brava contra nosotros.

En días previos a una movilización a Cartagena programada por la Farc para presionar al gobierno de la época, recorrieron con lista en mano la ribera del Magdalena en los alrededores del municipio de San Pablo obligando a los pobladores a participar. En su frenética acción se encontraron con un grupo de campesinos que trasportaban unos tubos donados por los trabajadores petroleros para construir un puente. Con ellos estaba Luis Eduardo Rolón, descalzo en esa región por muchos años, participando en la actividad. De ahí salieron a “atender algunas cuestiones concernientes al funcionamiento de la cooperativa del lugar. Luis Eduardo anduvo más o menos una hora cuando en un punto del estrecho sendero recibió una ráfaga de metralleta, por la espalda, y luego fue rematado en el suelo”. Fue la tarde del domingo 30 de junio de 1985, ese fue el primer aviso de lo que se convirtió en una campaña por acabar a las buenas o a la brava con los descalzos del campo. Denunciamos el hecho, pedimos garantías para nuestro trabajo político y protección para nuestras vidas que jamás llegó. A los pocos meses el ELN asesinó a Clemente Ávila dirigente campesino de El Dorado en su casa en la madrugada, para engañarlo obligaron a un joven del caserío a pedir ayuda médica para su madre. Al reconocer la voz del muchacho Clemente se levantó, abrió la puerta y recibió impactos de bala en su cabeza, muriendo instantáneamente. Era el siguiente día de las elecciones de marzo de 1986 que eligieron a Virgilio Barco presidente de Colombia. Dos días después los mismos facinerosos le quitaron la vida a Lucho Ávila su hijo, administrador de la cooperativa de El Dorado.

Ante la imposibilidad de defendernos y la indiferencia del Estado no tuvimos más opción que retirarnos del campo en todo Colombia. Los descalzos jamás utilizamos las armas como instrumento político, al contrario, fue la fuerza de nuestros planteamientos y la dedicación para ponerlos en práctica, lo que nos permitió ser acogidos por la población, fundirnos con ellos y alcanzar logros que mejoraron sus condiciones de vida aún en sitios tan lejanos y olvidados como la Serranía de San Lucas.

Hoy después de casi 40 años de la salida de los descalzos del campo mediante la violencia se abre una posibilidad para los campesinos con la reforma agraria propuesta por el gobierno nacional. Puedo afirmar que la situación del campo es peor, la concentración de la propiedad de la tierra en pocas manos es mayor, el campesino sigue en la pobreza y el olvido, la juventud agraria emigra a las ciudades en mayor cuantía a buscar un futuro distinto, la producción agraria cada vez es más insuficiente para atender las necesidades alimenticias de los colombianos y la violencia de distinto origen se ha regado por los campos de la nación. Este panorama permite afirmar que la política de los pies descalzos está vigente, tenemos una segunda oportunidad que no dejaremos pasar. Desde ya la necesaria trasformación del campo para lograr el cambio en Colombia cuenta con los descalzos, tenemos la obligación de culminar la tarea.

Compartir