El economista frente a la crisis climática
En las decisiones de Estado sobre la crisis climática, los intereses de la vida deben estar muy por encima de los intereses del capital y, en consecuencia, la política pública debe estar guiada por los científicos de la naturaleza y no por los “científicos” de los modelos matemáticos. La solución de la crisis climática no está en el mercado, con cargas impositivas, sino en la producción de energía solar y energía eólica, bajo el control del Estado.
Por Higinio Pérez Negrete
Ha ganado mucha popularidad, en todo el planeta, la siguiente definición de economista: “Un economista es alguien que explicará mañana por qué no se cumplen hoy las predicciones que hizo ayer”. Este economista abunda en todas partes y tiene poder de determinación en las decisiones de política pública. Poder otorgado y sostenido por el gobierno de Estados Unidos desde mediados del siglo XX, cuando declaró que las matemáticas son neutrales frente a las clases sociales y constituyen la herramienta que le da el carácter de ciencia a la economía. Esto ocurrió cuando, habiendo ganado la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos enfrentó a la Unión Soviética, también victoriosa, en lo que se llamó la guerra fría.
El propósito de Estados Unidos era restar importancia a las ciencias sociales y confrontar las teorías que fundamentan los intentos socialistas en el mundo. Sus prestigiosas universidades estuvieron encargadas de atraer matemáticos, para la construcción de modelos que representaran lo que ocurre en la realidad económica, y otorgarles el título de doctores en economía. Igualmente, se fortalecieron y se crearon universidades en muchas partes, con el apoyo de las Fundaciones Ford y Rockefeller. Así se fortaleció la Universidad Católica de Chile (en Santiago) y se fundó la Universidad de los Andes en Bogotá, con la misión de difundir la economía matemática. Se impuso como principal requisito para el estudio en el nivel de doctorado, el dominio de la herramienta matemática, no el rigor en la conceptualización y la teoría económica. Además, se estableció que un artículo de economía publicable en revista indexada debe presentar un modelo matemático.
Un destacado representante hoy del economista matemático es el premio Nobel de economía en 2018, William Nordhaus, quien es llamado “el padre de la economía del clima”, por haber sido el primero en crear un modelo matemático para medir el impacto que tienen las emisiones de carbono sobre la economía. A dicho Nobel no le preocupa quién o quiénes han generado la crisis climática, lo que le interesa es responder la pregunta: ¿qué tanto afecta dicha crisis al producto interno bruto (PIB)? Desde los años 70 del siglo XX, ha venido tratando de demostrar que el impacto del cambio climático sobre el PIB es poco significativo, y en esa tarea partió del supuesto de que las inundaciones, sequías, incendios, etc., únicamente afectan a la agricultura, los bosques y la pesca, actividades que representan muy poco en el PIB de Estados Unidos.
En la última revisión de su modelo en 2014, Nordhaus se vio obligado a explicar que tal vez había una subestimación de dicho impacto, y que incluiría a la minería del carbón, porque esta actividad, en muchos casos, se realiza a cielo abierto y también es afectada. De todas maneras, sus predicciones siguieron mostrando un impacto del cambio climático sobre el PIB muy bajo, y una vez más debió salir a dar explicaciones. Su modelo ha sido invalidado por los resultados obtenidos por científicos de la naturaleza, quienes con estudios rigurosos han demostrado que la afectación es grande y creciente, no sólo sobre la economía, sino mucho más sobre la vida, sin tener que acudir a los modelos matemáticos (Steve Keen. La pésima economía neoclásica del cambio climático. Revista Economía Institucional, Primer semestre de 2021).
No obstante su fracaso, Nordhaus es reconocido como el economista de mayor influencia en las decisiones de política climática en Estados Unidos en lo corrido del siglo XXI, sobre todo en los gobiernos de George Bush y Donald Trump, quienes encontraron en él su apoyo “científico” para minimizar la importancia de la crisis climática y sus nefastas consecuencias sobre la economía y la vida del planeta. Pero la realidad de la crisis y sus consecuencias, y el concepto de los científicos de la naturaleza lo llevaron a proponer un plan global de aplicación de un impuesto sobre las emisiones de carbono. Dicho impuesto se aplica en Estados Unidos y en muchos otros países. Esta medida no afecta la tasa de ganancia de los magnates del sector minero-energético, Bush, Trump y otros, sino a los consumidores de gasolina y energía eléctrica, con más altos precios.
En las decisiones de Estado sobre la crisis climática, los intereses de la vida deben estar muy por encima de los intereses del capital y, en consecuencia, la política pública debe estar guiada por los científicos de la naturaleza y no por los “científicos” de los modelos matemáticos. La solución de la crisis climática no está en el mercado, con cargas impositivas, sino en la producción de energía solar y energía eólica, bajo el control del Estado. Contrario a lo que ocurre en Estados Unidos, en China, otro país capitalista que contribuye enormemente al aumento de la crisis climática, el Estado está invirtiendo en forma apreciable en energías mucho menos contaminantes y renovables.