Política económica neoliberal al banquillo

Por Edmundo Zárate

Puede pensarse que la crisis de la economía de Colombia es parte del ciclo propio de cualquier régimen capitalista. Podría agregarse que el descenso lo agravó la caída de sus socios comerciales –Estados Unidos, Venezuela y China–, lo que deprimió los precios del petróleo y el carbón, productos esenciales en el comercio exterior del país. El gobierno de Juan Manuel Santos busca explicar todos los líos a través de esos sucesos a los que se agrega uno climático, supuestamente de fuerza mayor, El Niño, con su efecto en la inflación.

Así, Santos apenas sería una víctima de la extraña coincidencia de impredecibles, y solo sería cuestión de un compás de espera para que se desacoplen tantas cosas y se retome el crecimiento económico.

Pero en realidad lo que está ocurriendo es el resultado de unas políticas estructurales –de largo plazo– que en los casi seis años del gobierno actual bien hubiera podido empezarse a corregir, por no decir cambiar de raíz.

La locomotora minero-energética

Pareciera haber consenso en señalar que la causa del problema económico nacional fue la abrupta caída del precio del petróleo y del carbón. Pero desde otra perspectiva sería tanto como decir que el país venía bien cuando los precios estaban altos y, en conclusión, que la política petrolera y minera diseñada para Colombia no es mala cuando hay altos precios. De hecho, la recuperación de los precios del aceite en las últimas semanas sería el punto de partida de una etapa de prosperidad. O, aún más, que la locomotora minero-energética, sin contratiempos imprevisibles, sacará realmente del atraso al país como lo señala el plan de gobierno de Santos.
Pero no es así. Hay cifras que desnudan el embrollo. La primera, que los recursos percibidos por el país por la extracción petrolera y minera (regalías e impuestos), son de los más bajos del mundo, según investigaciones, entre otras la hecha por Jorge Luis Garay para la Contraloría General de la República, y con un sistema de cálculos y de exenciones tan caprichoso que, en la cuenta final, los ingresos al fisco nacional no representan sino el 10% del presupuesto de un año normal (unos 20 billones de pesos frente a unos 220 millones). Para adobar las cifras es común oír a los interesados resaltando que tales entradas representan el 20% de los ingresos ordinarios (es decir, de los impuestos e ingresos similares, que suman unos 110 billones de pesos).

Las exportaciones de la locomotora…

Otra faceta de la tal locomotora es su impacto en las exportaciones. Sea lo primero decir que tener altas cifras de exportación no significa necesariamente bienestar para amplios sectores de la población, como lo muestra México, país que ocupa el puesto doce en el mundo entre los exportadores.

La razón es muy sencilla. En las economías latinoamericanas buena parte de las exportaciones corresponden a la actividad de inversionistas extranjeros en los sectores claves primarios, de manera que, aunque hay grandes entradas de capital, las salidas son mayores pagando las importaciones en maquinaria y tecnología y las ganancias de los inversionistas. El resultado es el creciente déficit en cuenta corriente, el cual es temporalmente subsanado a través de la creciente deuda externa.

Las cifras más recientes del país desnudan el panorama. Las exportaciones han venido cayendo en picada: comparando las cifras de lo corrido del año con igual período del 2015, la caída es de 33,4% según el Dane. En cuanto a las importaciones, si bien también han disminuido, su velocidad ha sido menor, arrojando un déficit comercial creciente. De otro lado, la cuenta de capital (que agrega al comercio exterior los movimientos de capital por inversiones y remesas de utilidades) va en constante aumento. El Banco de la República calcula que en este año el déficit será de casi 16.000 millones de dólares. El resultado es que la deuda externa sigue subiendo y ha alcanzado la cota más alta, nunca antes vista, de 110.000 millones de dólares.

Cuando se suman los bajos ingresos netos nacionales queda en evidencia por qué la locomotora minero-energética no es camino al desarrollo sino al saqueo.
Por lo demás, no debe olvidarse que la crisis de la deuda de 1980 y la subsecuente ‘Década Perdida’ ocurrieron en un escenario similar de alto endeudamiento, alza de las tasas de interés por parte de la FED y caída de los precios del petróleo.

… y otras exportaciones menores

La locomotora energético-minera es la otra cara de la política de apertura económica. La reprimarización de la economía no es otra cosa que la vuelta del país a la explotación de materias primas abandonando cualquier intento de producción industrial o agropecuaria significativa.

La apertura económica puesta en marcha hace un cuarto de siglo por el gobierno de Gaviria y los muchos tratados de libre comercio que Colombia ha firmado en su aplicación, garantizan que las mercancías extranjeras ingresan al país sin aranceles, arrasando con todo lo nacional. Hoy, cuando no hay plata para seguir importando, aparece insuperable la evidencia de que no hay producción nacional y que entonces se venden los muebles de la casa para comprar el mercado como lo anotara Francisco Mosquera analizando la apertura cuando esta apenas estaba en su cuna.

El crecimiento del PIB

Uno de los engaños económicos es medir la marcha económica a través del producto interno bruto (PIB), pues muestra la expansión o contracción de unos sectores sin mirar qué ocurre en las entrañas. En esa cuenta da lo mismo que crezca a un determinado ritmo el sector petrolero que la producción industrial, no obstante que sus efectos en los ingresos fiscales o de los trabajadores son muy diferentes.

El desplome que se observa hoy en el PIB es porque cayó, ante todo, el sector minero-energético. El gobierno muestra como aliciente que la tasa de caída de la industria y la agricultura es menor, pero oculta que es por el hecho de que ya no hay industria ni agricultura.

Otro punto es que la caída del PIB total no fue mayor porque sigue creciendo el sector financiero. Ello es un absurdo pues a medida que se ahonda la crisis las tasas de interés y el costo de las transacciones financieras aumentan y con ello las ganancias del sector, lo que explica el crecimiento del PIB. Con el agravante de que casi hay relación de proporcionalidad negativa entre el crecimiento del conjunto de la economía real con el del sector financiero, por lo anotado: entre más mal está la economía real, más altos son los costos financieros, que a su turno ayudan a hundir las ganancias del sector real.

Inversión extranjera, remesa de utilidades

Un éxito que se arrogaba el uribismo fue el aumento de la inversión extranjera. Lo que no le explicó al país fue que cada dólar invertido hoy implica que posteriormente sale más de un dólar a manera de ganancia pues de lo contrario no hay inversión. Es la remesa de utilidades, que en Colombia no paga impuesto. De manera que lo que empezó hacia el 2003 fue una especie de pirámide: con los dólares que entraban en un año los inversionistas sacaban la ganancia del año anterior y así sucesivamente. Como es fácil comprender, cada año faltaban dólares y en consecuencia la deuda externa fue creciendo. De ahí la cifra atrás anotada de 110.000 millones de dólares de deuda hoy.
Cuando empezó la destorcida de precios de petróleo y carbón, cayeron las inversiones. Dado que la pirámide funciona sobre la base de que cada vez se requieren más ingresos, al no llegar recursos nuevos el país debe acelerar su endeudamiento. Es decir, hay un gran déficit en cuenta corriente que se salda, a medias, vendiendo más muebles de la casa, y aumentando el endeudamiento. 

Igual sucede en México cuyas exportaciones se hacen a través de una gran inversión gringa que se lleva las divisas y causa también déficit en cuenta corriente, endeudamiento y desindustrialización. Pero ese no es un destino inevitable: Noruega, altamente dependiente del petróleo, no ha recurrido a la inversión extranjera, tiene un holgado superávit en cuenta corriente y una sólida industria. Las diferencias saltan a la vista: la locomotora allí no es el petróleo sino la industria –petrolera y no petrolera–, y a ello se agrega que la explotación del producto y sus derivados se hace por empresas nacionales. La caída del precio ha golpeado fuertemente Statoil, la empresa estatal encargada del petróleo, pero el conjunto del país no se ha resentido como ha ocurrido en Colombia.

Reforma tributaria y los Papeles de Panamá

La debacle económica producida por el cuarto de siglo de apertura económica y la mano generosa dada al capital extranjero para saquear los recursos naturales del país se han sumado a otros factores para producir un gran hueco fiscal, patente en la falta de recursos públicos para atender las necesidades básicas de la población.

Los potentados económicos de Colombia se dan mañas para mostrar que la suma de los impuestos absorbe hasta el 70% de sus utilidades, pero pasan por alto mencionar las mil y una triquiñuelas legales e ilegales a las que recurren para eludir y evadir su carga fiscal. El resultado cierto es que en Colombia la carga tributaria no alcanza a ser ni siquiera del 15% comparada con el PIB, mientras que en las economías de los países desarrollados esa comparación supera la cota del 40% y en Estados Unidos es del 35%.

Pero en cambio, el IVA, el más regresivo de los impuestos por cuanto ricos y pobres pagan la misma tarifa, está por encima del promedio comparado con las mismas economías.
Es evidente que el Estado colombiano se encuentra desfinanciado, y ello por varias razones: hay una creciente desindustrialización del país, los grandes latifundios pagan un impuesto irrisorio, el sector minero-energético paga una cifra ridículamente baja de impuestos y regalías, los pagos fiscales del sector financiero no se compadecen con el tamaño del negocio y la magnitud de sus ganancias, empresas rentables del Estado fueron privatizadas, entre otros problemas que atañen directamente a los ingresos.

Por ello, la crisis actual no puede aducirse como la causa última de la reforma tributaria que el gobierno anuncia, sino que es el resultado de muchos años de aplicación de una política económica antipopular y antinacional.

A lo anterior se suma otra vena rota. El exdirector de la Dian, Ricardo Ortega, denunció hace más de un año, que la evasión de impuestos en Colombia tenía un gran componente a través de las platas depositadas en los paraísos fiscales. Los Papeles de Panamá han mostrado una parte de esa escandalosa cifra, en manos de personajes que van desde la familia del vicepresidente de la República, pasando por exministros de Hacienda, connotados periodistas de los principales medios de opinión del país, hasta empresarios de todos los pelambres, el mismo grupo de individuos que sale a anunciarle al país que es necesario subir los impuestos, pero no a ellos pues se desestimularía la inversión sino el IVA, porque ese lo pagan todos los colombianos.

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