¿En las fauces del engaño?

Edición #77
22 de mayo de 2021

Al igual que en la Alemania de Goebbles, una política de derecha funciona bien en Colombia porque tenemos una enorme falta de memoria. ¡Ni qué hablar del control a los medios de comunicación! Pertenecen a grandes conglomerados económicos y responden con parcialidad a los gobiernos de turno ocultando, desinformando, disfrazando los hechos, deslegitimando a la oposición y/o grupos minoritarios, incitando al olvido y fracturando la memoria colectiva. Por otro lado, encontramos los pocos medios independientes que luchan por sobrevivir frente a las presiones económicas y la censura, posicionándose como garantes de una narrativa imparcial del conflicto.

Por Absalón Cabrera

Miembro de comité de redacción de La Bagatela, escritor

Toda propaganda como instrumento de poder político lleva implícito un papel discursivo e ideológico con el que se busca convencer o ganar adeptos y hacer que las personas se comporten de determinada manera. Como bien lo demostraron Joseph Goebbels y Adolf Hitler en la consolidación de una política fascista y el conflicto bélico mundial derivado de ella, en el cual se operó la matanza de entre 50-60 millones de personas, el poder ejercido por el nazismo fue exitoso porque logró cambiar el comportamiento del público al que llegó, por lo menos durante largo tiempo.

Analizar este fenómeno puede contribuir a comprender cómo dichas prácticas son usadas hoy en día en el contexto Colombiano, al encontrar entre líneas, las formas de manipulación a las que estamos expuestos. Goebbels, uno de los políticos más influyentes del Tercer Reich, dejó escrito en su diario muchos de los principios ideológicos, entre los cuales encontramos los siguientes: el interés en tener un “punto central” que autorice y ejecute, la necesidad de tener un completo conocimiento del contexto e información reservada, generar contenido que despierte el interés general y que se adapte a la capacidad intelectual y social. Goebbels, mostraba un evidente desprecio por las clases bajas de la sociedad a quienes consideraba sin memoria, que se pegaban a clichés políticos y sólo retenían palabras cortas; implementó un estilo de propaganda rápida, oportuna, vacía y exagerada para este tipo de públicos.

Dichos principios parecen tener mucha similitud con las dinámicas discursivas del gobierno de turno y la comunicación que se transmite por los medios. Comenzando por el lugar “central”, el Ubérrimo, donde se manejan los hilos del poder. Desde allí, sin pudor alguno y con total impunidad se invita a las fuerzas policiales a activar sus armas en contra de quien opine diferente, se incita a la violencia en su contra dejando al descubierto un evidente desprecio por las clases trabajadoras y campesinas. En este discurso guerrerista, lo único que importa es la “moral de las tropas”, brindándoles confianza absoluta sin importar que pasen por encima de la vida de jóvenes, menores de edad, enfermos, madres y padres de familia. El desprecio por el pobre pareciera extenderse a lo largo y ancho del país, lugares sin presencia del gobierno ni de sus instituciones, lugares que se bombardean sin verificación de quién o quienes puedan estar en peligro.

La propaganda se intensifica con la presentación de proyectos de ley que tendrían un evidente rechazo popular, focalizando un problema en los medios para luego salir a venderse como salvadores del pueblo al que desprecian. Que no resulte extraño que después de ser presentadas las reformas impopulares salga alguno de su mismo partido a argumentar que esas cosas son nimiedades, que pueden ser quitadas sin problema. La pregunta sería: ¿Para qué las presentaron?

Otro infaltable paralelo que puede trazarse tiene que ver con la capacidad y posibilidad que tiene el régimen para calcular el alcance de su propaganda. Conocen ampliamente a la sociedad y manipulan el impacto de sus comunicaciones. Con clichés reducen el peso del argumento del otro, desacreditan sus reclamos. Encubren sin sustento los miedos de las mayorías con conceptos como: castrochavismo, nuevo socialismo, neochavismo, neocomunismo o “revolución molecular disipada”. Eufemismos en los que agrupan a cualquiera que no piense igual a ellos.

Al igual que en la Alemania de Goebbels, una política de derecha funciona bien en Colombia porque tenemos una enorme falta de memoria. ¡Ni qué hablar del control a los medios de comunicación! Pertenecen a grandes conglomerados económicos y responden con parcialidad a los gobiernos de turno ocultando, desinformando, disfrazando los hechos, deslegitimando a la oposición y/o grupos minoritarios, incitando al olvido y fracturando la memoria colectiva. Por otro lado, encontramos los pocos medios independientes que luchan por sobrevivir frente a las presiones económicas y la censura, posicionándose como garantes de una narrativa imparcial del conflicto.

Podemos encontrar que detrás del estallido social actual hay un hilo, una ideología de gobierno, que a partir de doctrinas del shock crea escenarios que le permiten mantenerse en poder, pero es evidente que este experimento se le salió de las manos… El poder ejercido por las masas en las manifestaciones −amplificado de modo extraordinario por las redes sociales− es mucho más potente que el ejercido por el gobierno, sus medios de comunicación, agentes policiales en la ley y al margen de ella.

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