Consejos de Santos Rubino a Duque: Con Duque y una coalición pro-establecimiento, pero sin Uribe

La línea que la revista Semana, vocera de un sector de la alta burguesía, traza frente al gobierno en la compleja situación de Colombia

A pretexto del artículo “El grito de la juventud” de la revista Semana del fin de año sobre la movilización que sacude al país

Por Marcelo Torres

Bogotá, 22 de enero de 2019

El artículo “El grito de los jóvenes”, del director de Semana, Alejandro Santos Rubino, está dedicado a la participación sobresaliente de la juventud en la rebelión social que sacude al país. Y si bien este tema parece central, en realidad ventila otro aspecto, que acaso constituya la carga de profundidad mayor del escrito: el que concierne a su postura sobre el gobierno Duque. Sin dorar la píldora, asevera: “El problema central de Iván Duque es que es un hombre de centro y moderado en un partido de derecha con un ala extremista”[1]. Ubicada así la posición política del presidente, incursiona luego en su trayectoria, con este relato:

Había hecho la primera parte de su carrera con Juan Manuel Santos. Junto con Juan Carlos Pinzón, Sergio Díaz Granados y Juan Carlos Mira conformaba las juventudes santistas cuando Santos no tenía ninguna posibilidad de llegar a la presidencia. Por cuenta de esa cercanía, trabajó en la Fundación Buen Gobierno, fue asesor en el Ministerio de Hacienda y terminó en el BID, de segundo de Luigi Echeverri.

Sigue diciendo que una vez Juan Manuel Santos fue elegido presidente, lo lógico era que Duque hubiese retornado al país a formar parte de ese gobierno.

Pero Duque –nos explica el articulista– siempre ha sido un hombre seguro de sí mismo, ambicioso y los ofrecimientos que le hicieron no llenaban sus expectativas. En ese momento conoció a Álvaro Uribe. El expresidente necesitaba un asistente para una misión que le había encargado la ONU y Luis Alberto Moreno le recomendó a Duque. Tuvieron una química inmediata. Uribe detectó enseguida el talento y potencial del joven funcionario y lo convirtió en su protegido. Por cuenta de esa amistad, Duque llegó a senador y posteriormente a presidente.

En menos de tres párrafos, el autor de un texto dedicado en principio a la protesta juvenil, nos resume los hitos principales de la vida pública del actual presidente. O mejor dicho, le cobra: ¿cómo es posible que siendo hechura del santismo haya ido a parar bajo el alar de Uribe?

“… si el expresidente se hubiera retirado de la política”

Santos Rubino nos recuerda que la historia se remonta más atrás, alrededor de las últimas dos décadas y media, durante las cuales el expresidente Álvaro Uribe ha tenido una incidencia central en los asuntos del país. Sin rodeos, va directo al núcleo de la cuestión cuando insiste en que “gran parte del éxito político de su carrera se debió a que se posicionó como el gladiador contra las Farc. Desde su época de gobernador y alcalde, hasta el final del gobierno de Juan Manuel Santos, las Farc estaban en el centro de su agenda”. “Esta guerra –continúa explicándonos– tuvo dos grande etapas. La primera, durante su gobierno, como el hombre que lideró con éxito la confrontación militar contra ese grupo guerrillero…”. Luego:

La segunda etapa fue igual de confrontacional pero no militar sino políticamente. Cuando supo que Santos y las Farc estaban negociando un acuerdo de paz, el expresidente pasó de jefe militar a jefe de la oposición. Su temor seguían siendo las Farc, pero esta vez ya no en condición de adversario de guerra, sino de muro de contención para atajar una supuesta tajada del Estado que Santos le habría ‘regalado’ a esa guerrilla en La Habana.

Añade que Uribe “se opuso a Santos en una forma tan implacable que no solo le hizo daño al presidente sino al establecimiento en general(cursivas nuestras)”. Es decir, que en lo que llama la primera fase jugó un gran papel, prácticamente de héroe nacional al decir del articulista, pero en la segunda cometió una grande equivocación al poner en riesgo la estabilidad del sistema.

La razón de ello, asegura el autor del artículo, reside en que Colombia cambió de preocupaciones.

La Colombia con la que Uribe se conectó, entre 2002 y 2010, es muy distinta a la Colombia del cacerolazo y la protesta social. A los colombianos ya no les preocupan las Farc, sino nuevos temas como el cambio climático, el aumento del desempleo, el acceso a la salud, la mala calidad educativa y sobre todo el rechazo a la polarización encarnada por Uribe y Petro.

En cuanto los acuerdos de La Habana posibilitaban la percepción de que Colombia iba a entrar en la fase final de la violencia –y esta disminuyó efectivamente y mucho en 2017 y 2018–, es cierto que mucha más gente pudo poner un mayor acento en la democratización efectiva, la defensa y el mejoramiento de su nivel de vida, el calentamiento global, y en las transformaciones sociales fundamentales. Pero el autor pasa por alto que las grandes movilizaciones sociales de los últimos años, especialmente de la juventud, ocurrieron como expresión del gran apoyo y presión por la pronta firma de los acuerdos de paz. Con la formulación de que “a los colombianos ya no les preocupan las Farc”, no puede ignorarse que esa gran presión social de masas por el cumplimiento de los mismos acuerdos ha continuado, y que una de sus principales manifestaciones ha sido la indignación y el repudio a la indolencia oficial ante la sistemática sangría de líderes sociales y de reincorporados a la vida civil. Y sobre “el rechazo a la polarización encarnada por Uribe y Petro”, es de advertir que, haciéndose eco de la idea difundida por los medios, el articulista atribuye a la opinión pública un supuesto rechazo a la polarización en cuanto que de esta se derivaría el ambiente de violencia. En realidad, esta interesada elaboración mediática persigue que el grueso de los colombianos crea que la polémica pública genera violencia, cuando sucede exactamente lo contrario: es la violencia la que genera el inevitable debate público. La deliberada confusión entre el efecto y la causa, amén de que implica una presión para obstruir la discusión que pueda conducir al esclarecimiento de la causa y las responsabilidades de la violencia, también busca estigmatizar así y excluir del escenario político a uno de los personajes que más ha contribuido a revelar las raíces del cruento flagelo en Colombia, Gustavo Petro.

En la segunda etapa de “la guerra contra las Farc”, ya en el gobierno Santos, el autor del artículo en comento registra que el expresidente Uribe pudo aprovechar varias circunstancias para torpedear el proceso de paz:

El gobierno de Santos concibió y ejecutó con seriedad el acuerdo de paz de La Habana. Y el resultado final, si bien imperfecto, tenía mucho más de bueno que de malo para el país. Tres hechos lo volvieron vulnerable a la crítica: 1) la derrota del plebiscito, 2) las 200.000 hectáreas de coca, 3) la telenovela de Santrich. Esos tres talones de Aquiles le sirvieron de munición a Uribe para montar una ofensiva sin tregua que minó la credibilidad del proceso.

Sin embargo, admite el articulista, en fin de cuentas las cosas no han ido nada bien para el señor de El Ubérrimo. Y añade sentenciosamente: “… si el expresidente se hubiera retirado de la política cuando salió de la Casa de Nariño, hoy sería el personaje más popular de la historia reciente”. Pero no lo hizo, y por ello Santos Rubino perfila una de sus conclusiones, a manera de compendio sobre la parábola uribista, al decir que:

Había llegado a la presidencia cuando la guerrilla estaba a las afueras de Bogotá y no se podía transitar por el país. Ocho años después las Farc estaban arrinconadas en la selva, los paramilitares aparentemente desmovilizados y la economía creciendo al 4,3. En ese momento su imagen favorable bordeaba el 80 por ciento y la desfavorable el 16. Hoy su imagen favorable está en 26 por ciento y la negativa en 66. Su presidente [Duque] está al mismo nivel, su partido acaba de sufrir una estruendosa derrota y la justicia le tiene puesta la lupa.

Como en una novela de suspenso, plantea: “¿Cómo pasó Álvaro Uribe de ser el político más popular de los últimos años a ser el más impopular hoy?” La respuesta que ofrece la basa en que “… con las Farc desmovilizadas y derrotadas estruendosamente en las urnas, el fantasma de que Santos les había entregado el país quedó desvirtuado”. Respuesta que se complementa, según su decir, citando un consultor político, con que “es curioso que a Uribe le haya hecho más daño un año de gobierno de Duque, es decir de filosofía uribista, que los ocho años de santismo”. Adentrándose en terreno cada vez más pedregoso, el articulista reconoce que “… tal vez el desgaste más grande para la imagen de Uribe viene del proceso penal que hoy enfrenta en la Corte Suprema de Justicia”. Y, aunque se apresura a declarar que no la comparte como una de las causas de la notable pérdida de influencia pública de Uribe, tiene que registrar que “los jóvenes han recibido la narrativa de ‘Uribe paraco’”, así adhiera con presteza a la tesis del mismo Uribe de que “los jóvenes no están bien informados”. Es natural que, en su repaso de las circunstancias adversas a la imagen e influencia de Uribe, al director de Semana se le hubiera escapado una que tiene el peso de la cordillera de los Andes: en los tres años de los acuerdos de paz, se revelaron más denuncias contra el expresidente de la Seguridad Democrática que en los veinte años anteriores.

Luego de la enumeración de factores sobre lo que denomina la “caída” de Uribe, el autor del artículo reduce el balance sobre el declive del uribismo a un fenómeno inteligible básicamente en términos mediáticos. “En el fondo –afirma– su principal problema puede no ser la justicia, el populismo, ni la identificación con Duque, sino simplemente la sobreexposición. Muchos colombianos no gustan de Uribe, pero muchos más están cansados de él. Desde 2002 prácticamente no ha pasado un día en que no haya protagonizado la vida nacional. Nadie aguanta ese nivel de presencia pública”. Y remata con esa suerte de sabiduría convencional profesada entre los círculos dominantes acerca de los exmandatarios: “Por lo general la gente empieza a querer a los presidentes cuando se van, pero Uribe nunca se ha ido”. Apreciación interesada y por demás superficial. Difícilmente se encuentra en el siglo XX un personaje con más “sobreexposición” en las noticias, relatos, libros, películas, etc., que Hitler, pero no es por esa característica, por supuesto, que el personaje ha sido identificado con el horror y una insondable malignidad, sino por su papel y responsabilidad de agresor y criminal de guerra en la segunda conflagración mundial que causó 50 o 60 millones de muertos, que es lo que importa a la humanidad.

“la necesidad de armar una coalición de gobierno”… no uribista

La especie de balance que hace del expresidente Uribe el artículo de Semana tiene un propósito político definido: demostrarle a Duque que su acelerado desgaste obedece a su voluntad de permanecer bajo tan problemática sombra.

El verdadero Duque –precisa– es el que está manejando el paro y no el que se le ha atravesado al proceso de paz que heredó. Como uno de los compromisos de campaña del Centro Democrático era hacerle reformas estructurales a la justicia transicional, el presidente se embarcó en la aventura de presentar las objeciones presidenciales a la ley estatutaria de la JEP. Eso fue una pérdida de tiempo que no desembocó en nada y que tuvo un costo político muy alto.

Ya en un artículo anterior registramos cómo Santos Rubino respalda la política del gobierno frente al paro nacional y las movilizaciones, y apoya la decisión de Duque de seguir adelante con las repudiadas medidas neoliberales. Lo cual no le impide enrostrarle que “la falta de gobernabilidad se ha debido en gran parte a la terquedad del presidente. Aunque perdió los primeros 18 meses, que suelen ser los más productivos de cualquier administración”. Tampoco el respaldo al gobierno frente al paro es óbice para que le recuerde a Duque que “los partidos que habían apoyado el proceso de paz, que hasta ese momento andaban cada uno por su lado, formaron un bloque que hasta la actualidad se ha convertido en un palo en la rueda del gobierno”. En el sentido de juzgar como un comienzo de rectificación de la anómala situación, en cambio, va la aprobatoria apreciación del director de Semana sobre el hecho de que “en las últimas semanas [el presidente Duque] ha dado señales de reconocer la necesidad de armar una coalición de gobierno”. Al igual que el franco elogio de “los coqueteos con Germán Vargas”, que el articulista en mención registra como “el primer paso que ha dado Duque para salir de ese atolladero”, celebra con entusiasmo:

Esa mano tendida hacia los otros partidos [que] ha comenzado a dar frutos. Aunque ninguna alianza ha sido concretada la nueva actitud del presidente hizo posible que pasara la ley de crecimiento económico. Es probable que al comienzo del año entrante vengan cambios en el gabinete que logren la paz política y las mayorías en el Congreso.

Si la política de mantenerse “atravesado al proceso de paz” por parte del gobierno “tuvo un costo político muy alto”, y si hay “señales de reconocer la necesidad de armar una coalición de gobierno”, va resultando claro que para el articulista lo nuevo de este agrupamiento del gobierno Duque con los partidos del establecimiento es que implicaría dejar de lado la hegemonía uribista.

Luego, el autor del texto que examinamos, en una nada disimulada advertencia exclama: “En 2020 llegará la prueba de fuego para el presidente”. Porque “en el próximo año el pulso político no va a tener lugar en el Capitolio sino en la calle. Y la calle es dura”.

En suma, con el artículo de Semana quedó planteada la contradicción entre un sector de la alta burguesía y el gobierno o, más precisamente, con el sello uribista que hasta ahora distingue sus ejecutorias. La contradicción no reside, por supuesto, en diferencia alguna sobre el modelo económico que aflige al país hace ya tres decenios. Tampoco en los métodos de gobierno que desplegó Uribe como gobernador de Antioquia y luego como presidente durante dos períodos. Por el contrario, Santos Rubino afirma categórico que fue gracias al papel cumplido por Álvaro Uribe durante esa “primera etapa de la guerra contra las Farc” que el expresidente cobró “dimensión histórica”. Porque encabezó lo que había que hacer y que en efecto se hizo, parece ser, en otras palabras, el balance de esta fracción de la élite granburguesa sobre ese período de Colombia sembrado de Convivires y falsos positivos. En lo que sí estriba la contradicción es en que el papel del Uribe celebrado en la fase precedente ahora pone en riesgo “al establecimiento en general”. Debe, por tanto, en palabras de Santos Rubino, irse “al Ubérrimo a adiestrar a sus caballos y a consentir a sus nietos”.

Fue la presencia multitudinaria de los colombianos en calles y plazas en todo el país lo que hizo de potente catalizador para que esta contradicción aflorara explícita y sin ambages. Que la grieta existente entre las clases dominantes colombianas se ensanche y se ponga al rojo vivo puede arrojar algún efecto positivo para el país. Sobre todo si implica el aislamiento y la pérdida de influencia política de Uribe y sus ultras. Puesto que tan trascendente alteración del contexto político colombiano podría librarnos de la mayor y más inmediata amenaza que se cierne sobre la vida nacional: la realización completa del proyecto fascista del uribismo a través del gobierno Duque. Tal proyecto está en marcha y manifiesto con signos inequívocos –los múltiples actos de gobierno que suprimen, restringen o auspician la fractura de las bases legales del Estado de derecho–, con la desembozada represión ante la protesta social y la sistemática sucesión de atentados contra los líderes sociales y reincorporados a la vida civil como sus expresiones más alarmantes.

La derrota de objetivos tan siniestros sólo puede asegurarla un poderoso movimiento de masas de definida resistencia antifascista. Desde esa perspectiva, las fuertes discrepancias entre fracciones de las clases dominantes, que vienen de atrás y ahora se recrudecen, pueden jugar un rol favorable. Aunque, una vez conjurado el peligro fascista –la salida del caudillaje uribista del escenario político–, deba proseguirse con la mayor fuerza y resolución posibles la resistencia contra las normas legales y situaciones generadas por el modelo neoliberal. Esa eventual ruta de la batalla democrática y antineoliberal tendría la ventaja de que, no obstante lo maltrecha y esmirriada que se halla la democracia colombiana, en principio se contaría con el suficiente margen de la misma para que la resistencia política y social no fuese declarada fuera de la ley, como sucedería en un régimen abiertamente fascista. Desde luego, hoy aún no hay nada definido. Está por verse qué decidirá Duque frente al dilema que enfrenta, o se aparta del uribismo y gobierna con una coalición del establecimiento o se mantiene bajo el influjo del jefe de la ultraderecha y resuelve proseguir su proyecto fascista hasta su consumación. Como también está por verse la actitud definitiva de los grandes grupos financieros que controlan y se lucran de la economía del país. Y en especial del de Sarmiento Angulo.

Recapitulando: el presidente Iván Duque, habiendo hecho carrera gracias a la frondosa estela santista, fue a parar a un lugar equivocado: la ultraderecha uribista. Tal el meollo de la reconvención del director de Semana al actual presidente. El reclamo por la ingratitud va acompañado de las reconvenciones por los efectos de la mala escogencia de los compañeros de viaje, el “atolladero” en que se halla Duque. Sin dejar por ello de poner de presente el respaldo extendido por sus antiguos auspiciadores, porque “el verdadero Duque es el que está manejando el paro”. Sin importar tampoco la contradicción que tal apoyo comporte, habida cuenta que ese “manejo” frente a la protesta social –negativa a negociar, intentos de manipulación de la opinión pública, desafío a esta al seguir adelante con la política neoliberal, y represión rampante–, constituye la aplicación al pie de la letra del recetario uribista. Como fuere, tanto las vueltas de tuerca como los elogios le sirven a Santos Rubino para desembocar en la invitación de fondo plantada a Duque: gobernar con todo el establecimiento pero sin “el presidente eterno”.

[1] Santos Rubino, Alejandro, “El grito de la juventud”, www.semana.com, 21 de diciembre de 2019. Todas las citas del presente artículo proceden de la referencia en mención. 

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